La poesía de la guerra

Editorial a un año de cumplirse el 18 de octubre 2019 y el Estallido Social, que marcó el inicio de nuestro medio de comunicación, Fast Check CL: La poesía de la guerra.
Fotógrafo: Felipe Llanos
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Editorial a un año de cumplirse el 18 de octubre 2019 y el Estallido Social, que marcó el inicio de nuestro medio de comunicación, Fast Check CL: La poesía de la guerra.


Por Fabián Padilla

Es imposible no hacer referencia al Estallido Social, en esta publicación especial que Fast Check CL ha preparado para sus lectoras y lectores. Se ha escrito muchísimo, a solo un año desde el 18 de octubre pasado, sobre las posibles causas que provocaron esta explosión de descontento social. Creo, sin embargo, que ninguno de quienes escriben profusos argumentos y reflexiones sobre aquel día y sus consecuencias, se ha podido poner realmente en los zapatos de quienes provocaron este punto de inflexión histórico en el que vivimos.

Lamentablemente, la hegemonía del discurso siempre ha estado en aquellos aventajados seres humanos de colegios católicos, cofradías secretas, rubros tradicionales, amores genealógicos y predestinados, que han sido además quienes gobiernan los poderes del Estado y determinan sus reglas.

La expresión difusa de la calle, con sus colores, rabias, deseos, necesidades, enemigos, y microrelatos no tiene una representación, e intentar alcanzarla me parece un ejercicio fútil. Nadie puede dialogar con quienes dejaron de creer en el diálogo como opción de mejorar las condiciones de vida de todos y todas.

Pero Chile es más que una batalla por un semáforo, una estatua, o el nombre de una plaza. Este país es una franja larga de territorio, donde habitan poetas y guerreros. Raúl Zurita escribió, con justa razón, que Chile, antes de ser un país, fue un poema. Y no cualquier poema, sino uno épico, donde una poderosa civilización occidental enfrentó a lampiños guerreros, amantes y defensores de la Tierra: un lugar del que poco hablamos.

Un país habitado por poetas y guerreros es por definición un territorio que siempre estará en disputa, porque en esencia son personalidades que eligieron pelear para existir. Los primeros a través de la prosa y los segundos a través del acero y el fuego. La paz que hemos logrado a ratos, viene después de que ambos tipos de chilenos se han enfrentado hasta el cansancio, sin resolver un verdadero ganador. 

Pero es que no hay quien pueda ganar esa batalla, pues un país donde solo hay poetas es incapaz de reconocer el valor y el orgullo de las batallas. Como aquella que las mujeres guerreras dan todos los días para ser tratadas como iguales ante la ley y el prejuicio. O la batalla que libran los que deben elegir entre comer o pagar un medicamento que pueda extender un poco más su estadía en esta patria.

Visto de otro modo, un país habitado solo por guerreros es incapaz de proyectar el alma hacia el futuro, vive de sus glorias y medallas, pero no está preparado para resolver los nuevos problemas que las sociedades modernas enfrentan. Son poetas aquellos que anteponen el corazón a las estrategias y tácticas, que puedan “pacificar” territorios, pero nunca dominarlos. Paul Valery decía que para gobernar, no solo hace falta la coerción, sino “fuerzas ficticias”. Solo un poeta es capaz de crear esos símbolos únicos, inmateriales, como aquella demanda que algunos llamaron dignidad.

Poetas y guerreros tienen dignidad, pero han visto como el choque incesante de espadas y salpicaduras de tinta, ha denostado este valor fundamental. 

Bastaron 30 pesos extra en el pasaje de metro, para que la guerra volviera a su antiguo curso. Un detalle, una nimiedad, pero que simbolizaba algo muy profundo: la construcción de un país que marginó a parte de sus guerreros y poetas, los expatrió, como los espartanos expulsaban a quienes no fueran aptos para la dura vida de la Guerra. Nadie quisiera sentir que no tiene un lugar donde volver y ser feliz. Pero por muchos años eso ha sido lo que ha pasado en Chile.

Poblaciones marginadas de la medicina, de las viviendas amplias, de las plazas con juegos, de las clases de matemáticas en inglés, de la cultura y el patrimonio, muchas veces gobernados en la clandestinidad en narco democracias.

Por si fuera poco, también tenemos ciudades marginadas del progreso, por ende, cuando se les pregunta con cierto tono de beligerancia, ¿cómo son tan tontos de destruir lo que es de ellos? La respuesta que nos dan (y no puede ser otra)  es que nunca han sentido parte suya aquello que han hecho arder.

Nadie destruye lo propio. Nadie raya el auto que le costó pagar con tanto esfuerzo y usura de créditos automotrices. La rabia contra la belleza material e inmaterial de las ciudades, que componen esta poesía en varios tomos llamada Chile, es la principal fuente de descontento, porque dejó fuera del goce de la belleza a millones y muchos más que están por nacer. 

Viene siendo hora de que construyamos algo juntos: la promesa de un país donde cada uno, mediante su propio esfuerzo, y con la ayuda solidaria de todos, salga adelante, sin importar que sea guerrero o poeta, porque para disfrutar del desarrollo y el progreso, los necesitamos a ambos.

El plebiscito es una oportunidad innegable para crear este sueño común. Dejar de lado momentáneamente las armas y los versos, enfocarnos en lo que nos une, dar espacio a quienes no han sido escuchados y respetados, resultará clave en este día histórico que se avecina. Debemos dar una vez más la oportunidad a la Política con P mayúscula, aquella que media la paz entre guerreros y poetas.

Ambas opciones son legítimas y el país no se irá al barranco con cualquiera de las opciones que tome. Esto último lo decimos en honor a la verdad y los hechos, que han sido la batalla personal que damos en Fast Check CL, por hacer un periodismo que permita iluminar los lugares donde tramposos hechiceros han intentado nublar la visión de poetas y guerreros.

Démonos, aunque sea por una sola vez, el tiempo de honrar a nuestros poetas y gritar las victorias de nuestros guerreros. Un lugar tan hermoso como este no merece el vejamen de apatía y la complacencia ante la impunidad. Usemos esta herramienta, que nació de la batalla, para crear un poema épico donde se cuente la historia de cómo un pequeño pueblo al Sur del mundo, fue capaz de mirar al otro y llamarlo aliado para dar la verdadera gran guerra contra sus peores pesadillas y miedos.

La paz que tanto anhelamos depende de que la belleza sea compartida. 

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