Por Álvaro Marchant
El pasado domingo todo era alegría para el candidato de Chile Vamos, Mario Desbordes. Razones habían de sobra: había ganado el municipio de Santiago y lograba triunfar en la “madre de todas las batallas”.
Entre las distintas personas que llegaron a compartir y a felicitar al electo candidato de la derecha, también figuraba una que sabe lo que es dirigir una de las comuna más importante de la capital: Pablo Zalaquett. Zalaquett fue alcalde de Santiago entre 2008 y 2012, y debió atravesar distintas crisis, siendo las protestas de estudiantes secundarios y universitarios la más desafiante.
En su oficina en Luis Carrera, en la comuna de Vitacura, y mirando desde fuera la política de la que alguna vez fue parte activa, analiza en profundidad los resultados de las elecciones, la labor del gobierno a poco más de un año de que finalice su mandato y hace una autocrítica de su periodo como alcalde.
— El día de las elecciones se le vio apoyando a Mario Desbordes, ¿también visitó a los demás ganadores, por ejemplo, a Sebastián Sichel y Jaime Bellolio?¿Habló con ellos?
He tenido contacto con Bellolio y con otros, pero ese día solamente fui a apoyar y a compartir con Mario Desbordes, porque a él lo acompañé más. No solamente yo, todos los exalcaldes de Santiago, incluyendo Jaime Ravinet, Raúl Alcaíno, etc. Yo me junté aquí con él y su equipo para brindarle una mirada de cómo enfrentar esto. Aquí había un compromiso mayor, porque uno fue alcalde de Santiago.
Obviamente que a Jaime Bellolio lo considero un amigo, también con la Karla (Rubilar), aunque haya perdido, y así otros más, pero no me di una vuelta en la noche ni mucho menos.
—¿Cuál era el ambiente al interior del equipo de Desbordes?
Mucha felicidad. Yo creo que en los últimos días se visualizaba con mayor claridad el triunfo, pero jamás de esta envergadura, o sea, se podía visualizar un triunfo incluso cercano a 8 o 10 puntos pero dependía de que pasaran una serie de cosas para que se diera un escenario tan positivo. En especial que fuera a votar harta gente del grupo de los que no votan en voto voluntario. Y lo otro, que fueron a votar básicamente los inmigrantes, porque el 99% de los venezolanos, por ejemplo, votaban Mario Desbordes.
—¿Cree que lo ocurrido en el INBA días antes de las elecciones pudo ser un factor clave en la preferencia de los votantes?
Yo soy convencido que las elecciones municipales están vinculadas en un porcentaje muy alto a la evaluación de la gestión del incumbente y no tanto, o muy poco, a los grandes conflictos nacionales. O sea, el tema de Caso Audio, Monsalve, San Sebastián, etc. No veo que muevan la aguja en una elección como Santiago. La podrían mover en una elección voto a voto donde quizás en el margen, cuando alguien gana por 1% o por menos, podría haber algo. Pero no mueven una elección importante.
—¿Y en Las Condes? Si bien fue un porcentaje mínimo, pero perdió Marcela Cubillos, algo que estaba fuera de los pronósticos.
En Las Condes lo que lo movió no fue tanto cuando se supo que ella ganaba 17 millones, fue la forma en que ella enfrentó el tema. Hubo gente que esperaba que Marcela tomara de una forma más humilde lo que pasó. No solamente actores del mundo político y otros se sintieron pasados a llevar, sino que aquí lo que se dañó fue la opinión pública, y en especial a la gente de Las Condes, que dijo ‘voto nulo o voto por la alternativa’. En ningún cálculo existió la posibilidad de que ella perdiera, eso no estaba.
Finalmente, eso se canalizó a través de que ganara Catalina San Martín. Ella era una persona que no se conocía mucho pero bueno, tuvo el momento, siempre dicen que los políticos tienen que tener “el momento”, la suerte, estar ahí, y de una forma muy simple, sencilla y sin ningún aspaviento, logró ese voto.
—¿Qué es más duro, perder Ñuñoa para el Frente Amplio o perder Puente Alto para la derecha?
Pienso que no son comparables, las dos son muy relevantes, pero para la centro derecha Puente Alto simboliza un triunfo y tener el mérito de hacer una buena gestión. Y haberla perdido es complejo, es muy fuerte. Y más aún con quien la perdió, porque aquí no había un candidato de oficialismo, ni nada. Es una persona que no sabemos cómo la va a dirigir, cuáles son sus vinculaciones y con quién se va a apoyar.
A mí me gusta mucho pensar, no solamente en la cohesión en política, sino que en la gente. Por eso yo siempre he promovido el diálogo y he buscado acuerdos. Siento que cada día la batalla es más ideológica y deja de lado a la gente, nadie se acuerda de ella, ni por qué uno entró al servicio público. En ese contexto hay que hacer un seguimiento, más allá del triunfo, al futuro alcalde: cómo lo hace, quiénes son sus lazos, de dónde viene, cómo se va a rodear, y puede ser un gran alcalde o no.
También creo que la campaña no se enfrentó bien por parte de la derecha. Partió con los conflictos de Ossandón, teniendo a dos grandes alcaldes y la Karla (Rubilar) también fue parte de un conflicto, pero ya no vale la razón, se perdió.
—¿Y en el caso de Ñuñoa?
Para el FA Ñuñoa también es una derrota importante pero que fue muy mínima en el margen. Ahí, por ejemplo, podría influir el caso Monsalve, pero por el lado de la defensa a la mujer, porque Emilia Ríos está en el corazón del feminismo. Hay que recordar que Ñuñoa representó al octubrismo de demandas sociales, no el delictual.
Ahora, no hay ningún candidato de izquierda que no vaya a levantar la bandera de seguridad, entonces el tema ya no es de un solo lado. Hay que ver qué lado es más creíble y firme. El octubrismo delictual, no volverá a ocurrir avalado por el mundo político. Pero el octubrismo social, ese es el gran desafío, hoy día no ha habido respuesta.
—Volviendo al tema del INBA ¿Fue el último clavo del ataúd de la candidatura de Irací Hassler?
Irací ya tenía poca posibilidad de ganar, porque aunque en el último año trató de revertir el tema de la delincuencia y trabajar con la autoridad, con Carabineros, ya estaba marcada como una persona que no le gustaba Carabineros, dio permiso a los ambulantes, dejó hacer muchas cosas. Ese ideal ya estaba instalado. Entonces, mucha gente decía ‘esto lo hace por la campaña’, no le creían.
También, estaba instalado que el grupo al cual ella representa fue parte de lo que ocurre en los colegios: que dejaron que se los tomaran, y no hicieran una protesta razonable sobre temas como la desmunicipalización, que no está bien la infraestructura, entre otras cosas. Sino que dejaron que esto se politizara, y se politizara con violencia.
Cuando ocurre esto en el INBA, que fue algo de impacto nacional y que nadie lo condena con la fuerza que se debería, ni siquiera el ministro de educación, pega muy fuerte, porque esto sobrepasa el INBA. Es como la mirada a la educación: no poner estrictez, no entender que a los jóvenes hay que formarlos, que estos actos se condenan, que se debería expulsar a los involucrados. No salió a enfrentar el tema, y eso jugó un rol relevante. Creo que pagó la cuenta por eso.
—Santiago es uno de los municipios importantes recuperados por la derecha, pero ¿Qué piensa de que ahora la cancha esté más equiparada que en 2021?
Hoy día se emparejó la cancha, cosa que estaba difícil para la derecha porque en la última elección arrasó el actual gobierno. Además, porque eran los tiempos de una nueva Constitución, el contexto del gobierno de Piñera donde gente salió a las calles y donde, hay que ser francos, no solamente hubo un octubrismo delictual, como decían, también hubo un octubrismo social.
Y frente a un gobierno que encarnaba la elite, la gente votó por independientes o el oficialismo que representaba esas demandas. Pero el gobierno no ha dado respuesta, por el contrario, hoy estamos peor en todo.
—¿Cómo interpreta este escenario de que ahora la cancha se equiparó?
Lo primero es que se busca una mayor moderación en la derecha, liberarse un poco, en especial la UDI. Y poder centrarse en lo que los chilenos necesitan, buscar acuerdos. Hay cosas en las que hay que ser radicales: seguridad, acuerdos por empleo, por crecimiento. Pero hay que tratar de buscar acuerdos en otros temas, y no posicionarse desde las trincheras.
Por otro lado, mantiene su fuerza e importancia el socialismo democrático, más allá de los resultados de las alcaldías. Pienso que ambos sectores pueden confluir, están los votos.
Ahora, el que tiene la batuta de cómo quiere gestionar el último tramo que le queda al gobierno es el Presidente. Porque están los votos para llegar a muchas cosas, hay un nivel de moderación que se podría ejecutar a través del parlamento, pero es el Presidente quien debe tomar la decisión: o le quiere hablar a su nicho o quiere terminar como un buen gobernante que hizo algunas cosas. Es una decisión que requiere valentía, y por eso, todo el mundo está atento a la carta de navegación.
Me gustaría que hoy día los políticos dejen de mirarse el ombligo, dejen de estar centrados solamente en las elecciones y vean que ahora se abre un momento para poder llegar a acuerdos en aras de la gente.
—A aproximadamente 16 años de su administración como alcalde de Santiago, ¿Qué autocrítica le realiza a su gestión?
¡Uf! Te diría que el conflicto estudiantil fue muy complicado manejarlo porque tuve críticas por uno y por otro lado. El primer año tomé la decisión de no desalojar y de buscar conversaciones, pero estuve solo, no tuve ningún apoyo del gobierno, que me pedía desalojar, y yo creía que había que conversar. Insistí y no logré eso.
Para mí eso fue un fracaso, y fracaso no solamente con los estudiantes, sino un fracaso con el gobierno. Yo me junté dos veces con el Presidente Piñera, con el ministro del Interior y con el ministro de Educación, yo daba mi posición, mi consejo, pero no tuve escucha. No logré ser el puente que yo quería.
Y el segundo año, cuando llegaron los papás de los niños que no habían estudiado, que habían perdido el año y me pidieron desalojar, tuve que hacerlo. Ahí desalojas y sabes los riesgos que conlleva, tienes que asumir que algunos te califican de dictador y todo. Era un momento en que la mayoría de la gente estaba a favor de las tomas. Yo viví un momento distinto. Yo no viví el momento que vivieron los alcaldes posteriores donde la gente ya no quería más tomas de colegio y más destrucción. Eso fue lo más difícil.
—Uno de los primeros lineamientos que comentó Desbordes fue abordar la crisis de seguridad en los colegios de manera punitiva. ¿Cree que las medidas planteadas por el alcalde electo son la solución al problema o es solo una arista del tema?
Yo no he conversado con él la forma en que lo quiere implementar, no lo puedo calificar. Tú puedes pensar una medida, pero la forma de hacerlo es muy importante. Por ejemplo, yo tengo una medida pero la puedo, primero, socializar con el Colegio de Profesores: voy a explicarles por qué la voy a hacer así, escucho algunas cosas de ellos, y luego, si algunos puntos planteados me parecen lógicos de implementar, la incorporo a mi plan. Si hay acuerdos, hay acuerdos, si no, no. Pero se socializa, esa es una forma.
La otra es hacerlo sin esas conversaciones previas. Cuando tú quieres implementar programas que cambien las formas en que se están implementando las cosas y que sea una señal específica, creo que hay que hacerlas. Yo no tengo nada que ver y Mario Desbordes tiene experiencia, pero sí creo que la forma es dar la posibilidad de conversar.
—Pero abordar las crisis de los liceos emblemáticos mediante la seguridad es solo una parte. ¿Cuáles son las otras aristas que influyen en esto?
No, la crisis de los emblemáticos no es un tema de seguridad no más. Aquí hay una crisis triple, que es mucho más importante. Aquí la crisis tiene que ver con los alumnos, debes conversar con ellos, con los centros de alumnos, es necesario hacer un trabajo al interior de la comunidad. Con directoras como la del INBA, vas a tener crisis permanentemente, cuando se paran y casi legitiman este actuar, tú no puedes tener directores en esa línea.
Hay profesores que apoyan las tomas y la violencia, en esos casos también tienes que hacer un diagnóstico. Claramente, son cosas que hay que conversar pero si sigue en esa posición, tienes que sacarlo. Luego, hay que juntarse con los centros de padres y promover que la gran mayoría de ellos saquen la voz y no un grupito chico. Hay muchos activistas que se visten de centros padres y es necesario sacarlos a la luz, enfrentarlos.
—¿Cómo evalúa el desempeño del Presidente? ¿Qué espera para lo que queda de mandato?
Por alguna razón que no puedo explicar, le tengo aprecio al Presidente. Creo que es una persona buena. Pero tengo la sensación de que al Presidente le han pasado dos cosas. Nunca pensó en ser Presidente, no llegó preparado para ser Presidente, solo se encontró con la presidencia. Lo que ya lo hace complejo.
Llega a la presidencia y se da cuenta que necesitaba a Socialismo Democrático para poder gobernar y sacar a Chile adelante, pero la que ha mandado en La Moneda es la coalición con la que llegó. El proyecto del Presidente fracasa después de que la ministra no puede entrar a La Araucanía.
Insistieron porque se creían dueños de la verdad y hay un grupo que rodea al Presidente que aún no aterriza porque su ideología no los deja. Hay gente ahí adentro que tiene una ideología por sobre la realidad de la persona.
— Cuando se supo de las reuniones en su casa, usted comentó que estaba “muy abierto a ayudar al gobierno”, esa era su premisa. Ahora, de cara a este último año que le queda al gobierno, ¿mantiene esa postura?
Por mucho que haya sido criticado por los comentaristas y gente de la oposición, estoy seguro que si tú le preguntas a ellos, te van a decir que jamás se negoció nada. Aquí había una parte humana, se conocían.
—Pero la duda es legítima.
Yo entiendo la duda, pero la pregunta que yo le hago al pueblo chileno, ¿usted cree que estas reuniones no han existido en toda la vida? Y segundo, ¿Acaso no siguen existiendo?