A 51 años de que se materializara el golpe militar, el doctor, académico de la Universidad de Santiago (USACH), y reciente Premio Nacional de Historia, César Ross, analiza esta histórica fecha para las y los chilenos. Al respecto comenta que “debería haber una política de memoria más robusta”. Por otra parte, repasa el rol del Estado en materia de reparación y la responsabilidad de la actual administración sobre lo mismo.
Por Álvaro Marchant
Este miércoles 11 de septiembre se conmemoran 51 años del golpe de Estado que dio pie a una dictadura que se extendió por 17 años. Según datos publicados por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile —en el marco de los 50 años—, durante el tiempo de represión 2.123 personas fueron asesinadas, mientras que 1.093 se encuentran detenidas desaparecidas.
Aunque ha transcurrido medio siglo desde su ejecución, el golpe militar sigue presente en la política y vida social chilena. Un ejemplo de ello es la constitución que, si bien ha sufrido importantes modificaciones, su cuerpo sigue teniendo como raíz aquella carta magna redactada por Jaime Guzmán en plena dictadura militar.
El doctor, académico de la Universidad de Santiago (USACH) y Premio Nacional de Historia 2024, César Ross, conversa con Fast Check y analiza la dictadura desde una óptica historiográfica. Además, evalúa el proceso constituyente y cómo se ha avanzado en materia de reparación, sobre el que comenta “debería haber una política de memoria más robusta”.
“Los constituyentes no leyeron bien la voluntad popular”
—Hoy se cumplen 51 años del golpe militar ¿Cómo ha evolucionado el análisis historiográfico de este evento a lo largo del tiempo?
El estudio sobre la dictadura y sobre sus consecuencias es algo que se empezó a hacer tempranamente. Se ha investigado y escrito muchísimo sobre eso. Al principio parecía una investigación de carácter moral o ético, referido a si era un crimen o simplemente la puesta en orden del régimen. Porque, desde luego, la historiografía no es solamente de izquierda o de centro izquierda, sino también de derecha, y muchas veces una parte de la ciudadanía desconoce que ellos también abordaron el golpe de Estado.
Desde luego para justificarlo, justificar la intervención de los militares, la regresión, la política económica, etc. Y, hay otra parte de la historiografía, que estaba allí para denunciar. Esta dicotomía es notoria, porque es una discusión que niega la existencia la una de la otra.
—¿En qué punto confluyen estas dos retóricas?
No hay muchos espacios de confluencia. La izquierda ha sido bastante revisionista de su rol en la Unidad Popular (UP). Los políticos, más que los historiadores de izquierda, hicieron un mea culpa tempranamente, incluso expusieron en qué habían fallado y qué cosas hicieron mal.
Se reinterpretaron muchas cosas, tanto la responsabilidad que tenía la coalición de gobierno, que estaba muy tensionada y dispersa, como el rol de Estados Unidos. Al principio, la historiografía de izquierda trató de decir que el golpe tenía influencia norteamericana, pero con el correr del tiempo, la liberación de archivos y nuevas investigaciones, esto se fue volviendo más complejo.
Yo diría que, en general, hoy no hay confluencia, porque ambas corrientes historiográficas o ambas posiciones se originaron negándose. Ejemplo de esto es que los partidarios del golpe lo llamaron pronunciamiento, que es un eufemismo, para decir que hay un golpe militar.
La “No memoria” del Golpe
—¿Cuál es el abanico de visiones que hoy se tienen acerca de este histórico hecho?
Existen visiones respecto a la dictadura que están dividida en una especie de memoria y contra memoria, y la discusión teórica gira en torno a estas dos corrientes principales, pero no son las únicas.
A mi juicio, hay una tercera, que yo denominé; a falta de una definición mejor; una “no memoria”. Esto parecía que no tenía mucho sentido, pero cuando se produjo el plebiscito constitucional (2020), tuvimos el espejismo de creer que el 80% de la gente no solo quería un cambio de Constitución, sino un cambio que aún no estaba definido. Los convencionales pensaron que ese porcentaje de personas, además de seleccionarlos, compartían su misma visión, pero eso no era así.
Una opción que puede explicar el resultado del proceso es que, tal vez, los constituyentes no leyeron bien la voluntad popular. Cuando la gente tiene una mirada elitista sobre la política, y el electorado no hace lo que yo creo digo: “el electorado no entiende”.
—¿Hubo soberbia de los constituyentes de esa época?
Cuando uno interpreta siempre hay algo de soberbia. Porque, uno se arroga a sí mismo la posibilidad de leer a los otros, para bien o para mal. Entonces, la conclusión es: “el electorado no sabe lo que quiere”. Pero, también es posible que haya pasado algo distinto.
Tengo la impresión de que no se leyó la existencia de un caudal de votos nuevos, de gente joven, que no está doctrinada políticamente en ninguna dirección, que está en el centro, que es menos formado políticamente, que actúa en política como consumidores.
Tienen un comportamiento político asociado a una lealtad coyuntural y no estructural. Hay una foto clásica de un trabajador marchando durante el gobierno de la UP con un cartel que decía “este es un gobierno tal por cual, pero es mi gobierno”, ese cartel revela la lealtad estructural que tendió a diluirse.
Después del 11 de septiembre y el gobierno militar, se dividió entre memoria y la contra memoria de sujetos formados políticamente, que tenían una trayectoria y experiencia. Sin embargo, durante y después del gobierno de la UP, hubo un conjunto de personas prescindentes que presentaron una anomia política enorme, y es falso decir que todos tuvieron un compromiso A o B, porque había gente que no tenía ningún compromiso y que siempre fueron indiferentes.
“La memoria sobre el 11 de septiembre está cada vez más diluida“
—¿Cómo ha afectado esa indiferencia a la visión del 11 de septiembre?
Estas personas, como no tenían una posición, en realidad lo que querían era tener empleo, que no hubiese desorden en la calle, peligro. Luego, esa gente tuvo hijos, nietos y no es que puedan decir “yo soy nieto o hijo de detenidos desaparecidos” o “yo fui reprimido”.
En mi opinión, esa gente no tiene una memoria sobre la dictadura, o tienen una opinión muy borrosa de aquel hecho. Creo que la memoria sobre el 11 de septiembre está cada vez más diluida, así ocurre con todas las tragedias.
La dictadura fue una tragedia para la mayoría de los chilenos, y el gobierno de la UP fue una tragedia para las élites. Se han muerto los protagonistas, la mayoría de los miembros de la Junta también, los represores están presos o muertos. Es tremendo, pero parecerá que nada de esto hubiera ocurrido cuando se termine por diluir .
—¿Qué rol juegan los historiadores dentro de esta conservación de la memoria?
Ahora estamos en el combate por la memoria, la anti-memoria, pero para la mayoría de la población, los problemas, preocupaciones e intereses, son otros. La televisión es un fiel reflejo de la frivolidad que puede haber respecto a la memoria trágica y dramática del golpe militar.
La mayoría de las personas que gobiernan hoy en día, o eran niños, o no habían nacido para esa época. La mayoría de los líderes, que actualmente tienen mucho poder, entraron a la universidad en democracia, nunca sufrieron la represión de aquellos años. No digo que no saben nada, pero sí que su análisis está tamizado a través de la lectura de otros.
“Debería haber una política de memoria más robusta, pero con un propósito pedagógico educativo“
—En virtud del discurso que ha impulsado constantemente este gobierno. ¿Piensa que esta administración tenía una responsabilidad extra en materia de reparación?
Quizás sí.
Tal vez, ese discurso que era más maximalista; porque como esta generación no vivió esa experiencia traumática; podía ser más crítica, más dura con la generación que fue pragmática para salir de donde estábamos.
Pero, creo que al llegar al poder, el nivel de conciencia que se toma respecto de lo qué se puede y lo qué no se puede hacer es más limitada. Sin embargo, siento que se podrían hacer otras cosas. Hay una necesidad de rito en todas las sociedades y me parece que en el ámbito de la ritualidad, sí se podría hacer más, porque la mayoría de las otras reparaciones están judicializadas.
— ¿Cómo se explica que con el transcurso del tiempo ciertas actitudes que antes se condenaban tajantemente cada vez se vayan flexibilizando aun más?
Tengo la impresión de que eso corresponde a las personas que están en la lucha de memoria y antimemoria. Ellos son los que dicen lo que se ha olvidado y lo que no. La relativización extrema de los hechos es parte de la lucha de quienes construyen la memoria y antimemoria, porque finalmente si yo consigo que un tribunal libere a un criminal, posteriormente, lo que se dice es: “bueno, finalmente los tribunales lo absolvieron, por lo tanto, esta persona estuvo presa simplemente por una venganza de la izquierda extrema o estuvo presa por una venganza de la derecha extrema”.
Yo fui estudiante universitario en el pedagógico en los años ochenta, por lo tanto, viví y padecí la represión. Pero, también he estudiado la historia y uno tiene que hacer el intento de tomar distancia para poder observar ese objeto y construir una interpretación. Es necesario hacer un esfuerzo por comprender y esto significa desprenderse de sí mismo en cierto sentido.
—¿Ha fallado el Estado en la reconstrucción de la memoria sobre este hecho y la reparación del mismo?
En cierto sentido sí, porque el costo de la transición era tan alto que tuvieron que hacer un pacto pragmático con la dictadura para transitar a la democracia. La gente más joven lo ha visto críticamente. Yo y mi generación, que obviamente éramos adultos cuando pasó todo esto, teníamos conciencia de que era una proceso muy difícil. Las discusiones que tuvimos en los ochenta, si transitábamos por dentro o por fuera de la Constitución, si transitábamos a una democracia, a través de las armas o sin las armas. No era una discusión retórica, era una discusión súper concreta.
Entonces, en ese sentido, el Estado falló, porque tal vez debió ser más comprensivo con los que habían padecido, pero con todos los que padecieron. Además, debería haber una política de memoria más robusta pero con un propósito pedagógico educativo. Cuando no se resuelve bien desde el Estado o desde otras organizaciones, esta historia queda soterrada como una bomba de tiempo y de pronto explota.
El estallido social es la demostración de esa inquietud, de eso que quedó ahí. Pero el estallido también reveló que habían otras agendas que tratar. No solamente era el golpe.