Domingo Lovera: “Mi conclusión, después de los dos procesos, es que los proyectos constitucionales deberían estar menos cargados a la prosa, ser más modestos en sus expresiones y apostar por el reconocimiento de las grandes ideas”

A dos años del rechazo a la primera propuesta constituyente, el abogado constitucionalista, Domingo Lovera, experto que participó del segundo proceso, analiza la actuación de la izquierda y la derecha en la totalidad del momento constitucional chileno, saca lecciones y abre una reflexión sobre la derrota y cómo enfrentar los cambios venideros.
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A dos años del rechazo a la primera propuesta constituyente, el abogado constitucionalista, Domingo Lovera, experto que participó del segundo proceso, analiza la actuación de la izquierda y la derecha en la totalidad del momento constitucional chileno, saca lecciones y abre una reflexión sobre la derrota y cómo enfrentar los cambios venideros.


Por Álvaro Marchant

El pasado miércoles 4 de septiembre se cumplieron dos años del rechazo al primer trámite constitucional. El descontento de la ciudadanía con la propuesta fue evidente: el rechazo alcanzó el 61% de las preferencias.  

Pese al sorpresivo resultado, las demandas seguían sin ser atendidas, razón que motivó un segundo proceso para crear una nueva carta magna. Sin embargo, esa vez los encargados de redactar el escrito fueron una mix de personas electas (consejeros constitucionales) y personas expertas designadas por los partidos políticos (comisión experta). 

Todo indicaría que con la experiencia del primer proceso el resultado sería distinto, no obstante, la propuesta fue rechazada con el 55,76% de los votos. 

Una de las personas que integró la comisión experta fue el abogado Domingo Lovera. En conversación con Fast Check CL, el doctor en Derecho analiza ambos procesos sobre los cuales comenta que “me cuesta pensar que el segundo pueda ser evaluado igual que el primero”. 

—A dos años del rechazo del primer proceso constitucional, ¿qué visión tienes de este hecho? 

Es algo que todavía se está masticando. Es interesante ver cómo muchos de los análisis que se hacían respecto a cuáles son los problemas que había tenido el primer proceso, supuestamente fueron mejorados en el segundo, y terminó ocurriendo exactamente lo mismo. Políticamente, en cambio, creo que ha habido una preocupación interesada en marcar mucho las deficiencias del primer proceso y obviar lo que pasó con el segundo.

En términos amplios se puede decir que efectivamente fueron oportunidades perdidas. Los movimientos constituyentes son en la historia, tanto chilena como comparada, escasos, y esa oportunidad perdida impidió que nos diéramos una nueva constitución. Pero, reformas constitucionales que se fueron aprobando al margen de los procesos, abren un escenario político interesante para los próximos años.

—¿Cómo van a ser recordados ambos procesos?

La clase política, como se le suele llamar, estuvo a la altura en el sentido de haber ofrecido una salida institucional a la crisis social de 2019. Esa crisis, de alguna manera, es una herida autoprovocada porque muchas de las demandas que estaban allí fueron desoídas, consideradas secundarias o menospreciadas durante largos años. 

El modelo del 80 lo que hace es tratar de neutralizar la política y desacoplar la respuesta que el sistema entregaba a las preocupaciones de la gente. Pero, yo creo que en el largo plazo, ha sido muy pernicioso, porque hoy día muestra que la ciudadanía no siente mayor aprecio por la democracia y es súper preocupante. Lamento que el proceso haya llegado tan tarde.

Cuando llega la idea de empezar un proceso constitucional ya estaban todos los temas sobre la mesa, desde no más AFP hasta el fin del patriarcado. Eso hizo que el proceso fuera muy estimulado y decantara en un momento político singular, que se tradujo en que la mayoría de los que integraron la convención perdieran de vista que cuando uno está redactando y discutiendo una constitución tiene que considerar los intereses de los distintos sectores del país.

— ¿Fue un error de la izquierda “apropiarse” de la convención?

Yo creo que el error que pudo haber existido, pero el segundo proceso merece un reproche aún mayor, porque tenía la experiencia del anterior, fue haber abierto la puerta a tantas voces independientes, lo que dificultó la conversación al interior de la convención. 

Uno podría decir que son más posiciones de izquierda, puede ser. Para mí son posiciones populistas y en algún sentido sectoriales. Al final terminó siendo una conversación con mucha minucia y detalle, que a su turno, redundó en una exclusión de la derecha, eso pasó en la convención. 

“Haber abierto la puerta a tantas voces independientes dificultó la conversación”

—El comportamiento de muchos convencionales no fue el que se esperaba y eso también terminó por perjudicar la convención, ¿fue un factor determinante en la decisión final de la gente? 

En una parte importante de la ciudadanía, lo que generó el rechazo y motivó a votar en contra de la propuesta, fue la performance de algunas personas que integraron la convención. Uno puede preguntarse si es una actitud razonable o justificable, pero de que hubo comportamientos que estimularon el rechazo de la propuesta, los hubo y es parte de lo que la ciudadanía utilizó para decidir. 

—¿Cuál es el principal factor de que la gente rechazara el proyecto?

Pienso que el principal factor, tanto en el primer proceso, como en el segundo, es que la decisión que se terminó ofreciendo a la ciudadanía excluía de su prosa a parte importante de ella.

Existía parte de la ciudadanía que, en el primer proceso, no se veía reflejada o sentía que sus posiciones eran directamente hostilizadas. En el segundo, pasó exactamente lo mismo, la gente que leyó la propuesta dijo: “yo no estoy acá incluida y de hecho estoy siendo atacada por esta propuesta”. 

—Otra crítica que se hacía era la poca claridad sobre ciertos temas, por ejemplo, plurinacionalidad, ¿cree que la utilización de este tipo de conceptos dificultó su entendimiento, causando rechazo en las personas? 

Mi conclusión, después de los dos procesos, es que los proyectos constitucionales deberían estar menos cargados a la prosa, ser más modestos en sus expresiones y apostar por el reconocimiento de las grandes ideas, conceptos o fundamentos políticos morales que nos unen como comunidad política. 

Eso va a hacer que necesariamente esos conceptos tengan que, para poder ser acordados entre una pluralidad de personas que pensamos muy diferente, ser términos conceptualmente abstractos y vagos, para que luego el sistema político los implemente y a medida que las fuerzas políticas van ganando las elecciones puedan ir detallando la constitución.  Esto no pasó en ninguno de los dos procesos, lo que se promocionó fue ‘tú apruebas mi propuesta y yo apruebo la tuya’.  

—En una entrevista reciente Jaime Bassa dijo que el primer proceso no era una derrota definitiva, que han pasado dos años y que poco se han avanzado los temas que se impulsaban, ¿cree que muchas de estas ideas que pensaban implementar se han debilitado o ya están bajo el tapete directamente?

Por lo general yo creo que las ideas nunca pueden ser derrotadas. El sistema constitucional chileno tenía problemas, eso explica que un 80% de la ciudadanía haya optado por el reemplazo constitucional.

Sin embargo, el hecho de que se hayan rechazado las propuestas no hace que esos problemas desaparezcan, permanecen allí. Hay demandas de índole social y de confianza institucional que permanecen todavía sin respuesta, y una posibilidad, como muchas veces hacemos en Chile, es echarlas debajo de la alfombra y hacer como que no existen.

—Las ideas no caducan, las demandas siguen existiendo, pero luego de ambos procesos el cansancio es evidente en la gente y no se manifiesta la inconformidad de la misma forma en que se hizo en el estallido. ¿Considera que fueron los causantes de una despolitización de la ciudadanía?

Estoy completamente de acuerdo, fueron dos procesos muy desgastantes a nivel político, personal y económico. Pero, además, fueron procesos que se empezaron a desenvolver en contexto pandemia, entonces tuvimos un país muy estresado. 

“Parte del ideario político de la izquierda (…) estaba anclada al reemplazo constitucional”

—¿La izquierda ha hecho una autocrítica de este proceso?

A mí me parece que es necesario hacer la autocrítica. Parte del ideario político de la izquierda, sería absurdo reducirlo solo a eso, estaba anclada al reemplazo constitucional. Por lo tanto, habría que hacer esa autocrítica, pero también habría que evaluar cuál es el estado en el que queda nuestro sistema institucional, político y constitucional después de los procesos. Porque yo creo que efectivamente hay cambios, y esos cambios todavía no se han pensado ni aquilatado.

—¿Hubo una soberbia por parte de la izquierda en este proceso? 

Yo no creo que haya habido una soberbia, pienso que hubo una falta, estimulada por los diseños institucionales, de atención a cuáles son las condiciones que podrían haber hecho que una propuesta fuera exitosa, entendiendo por exitosa que permitiera transformaciones sociales, y que fuese aceptada por la ciudadanía.

Yo no sé si llamaría a quien tuvo el dominio y el control de la Convención como “la izquierda”.  A mí me cuesta, por ejemplo, ver que la Lista del Pueblo uno pueda encasillarla en la izquierda. Pero claro el hecho de que se reunieran con la izquierda que representaba partidos políticos terminó con que se calificara a todos en una misma coalición. 

¿Considera que se aprendió entre el primer proceso constitucional y el segundo?

Pensé que se había aprendido. Se implementó todo eso para tratar de que el segundo proceso funcionara y terminó pasando exactamente lo mismo y más grave, porque insisto, si el segundo proceso había corregido los errores procedimentales del primero: menos independientes, más partidos políticos, buenas bases, qué explica que al final del segundo proceso hayamos tenido una propuesta maximalista, de detalle y que hostilizó al otro sector político. 

Entonces, no aprendimos. Aquí hay dos posibilidades: quienes estuvieron a cargo del segundo proceso son tontos, que es una posibilidad, yo creo que no pero no lo descartaría, o que hayan querido deliberadamente que el segundo proceso fracasara, ofreciendo de nuevo una propuesta que desconocía a todo un sector político de una democracia relativamente estable como lo es la chilena. Me cuesta pensar que el segundo proceso pueda ser evaluado igual que el primero.

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