El Estallido Social trajo gasas, alcohol, suero, vendajes y muchísimos botiquines. Los puntos de salud fueron esenciales a la hora de curar a personas que habían sido gravemente heridas en las protestas. Si nos remontamos a 1859 podremos ver que en pleno siglo XXI nació una nueva Cruz Roja.
Por Isidora Osorio
Era 15 de noviembre de 2019, alrededor de las 20:00 horas cuando se comenzaron a escuchar gritos. –¡Primeros auxilios!¡Primeros auxilios!– exclamaban con desesperación desde el Museo Gabriela Mistral.
Ignacio Marchant, brigadista en Plaza Italia y Maipú, corrió para poder asistir al hombre que sujetaban, quien tenía la cara tapada en sangre a causa de una lacrimógena que le había llegado al rostro.
El brigadista con delicadeza limpiaba sus heridas mientras se iban notando cada vez más los pedazos de piel que colgaban alrededor del ojo, los cuales fueron desapareciendo poco a poco con las gasas que le colocó para contener la sangre que no paraba de salir.
–Apoyate en mí– le dijo Ignacio al hombre que se tambaleaba constantemente, mientras lo sostenía para llevarlo a la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), donde tenían mejores implementos para tratarlo.
Al llegar y dejarlo con los brigadistas que estaban en la FECH se visualizó y pudo percibir que su polera y brazos estaban completamente manchados de sangre.
Si retrocedemos 160 años nos encontraremos con otro brigadista, solo que él aún no lo sabía, en la Batalla de Solferino en Italia.
Era 24 de junio de 1859, estaba anocheciendo y entre el polvo se veían cuerpos heridos y escuchaban voces cada vez más débiles suplicando auxilio. Henry Dunant, un hombre que había ido a ese lugar por un viaje de negocios se aterrorizó frente a esa realidad. No le quedó más remedio que socorrer a las víctimas y salvar vidas.
Pero no quedó solo ahí, ya que el impacto fue tal que decidió escribir un libro en 1862 llamado “Un recuerdo de Solferino”. En el texto narró todas sus vivencias y lo que tanto lo aterrorizó en ese lugar.
La reacción que este libro provocó fue inmensa, lo que llevó a que el 23 de octubre de 1863 se realizará la primera conferencia de Ginebra, donde acordaron que todos los países llevarían una cruz roja sobre un fondo blanco en hospitales, ambulancias y en la ropa del personal sanitario, esa sería la chispa para crear la llamada Cruz Roja que conocemos.
El inicio
Era 18 de octubre de 2019 cerca de las 22:00 cuando las llamas del Edificio de Enel se podían apreciar en distintos canales de televisión. Había sido una jornada intensa, luego del incendio de varias estaciones de metro y las evasiones masivas.
Varios días antes, el viernes 4 de octubre se informó que la tarifa del metro tendría un alza de $30, lo que significaba que en hora punta costaría $830. Desde ahí comenzaron las evasiones masivas, realizada principalmente por estudiantes secundarios, hasta el día del gran estallido que se masificó a una escala sin precedentes.
El mismo 18 de octubre en la noche la protesta se radicalizó dando lugar a enfrentamientos con carabineros, barricadas e incluso la quema y destrozos de buses del transporte público, estaciones de metro y otros inmuebles. En ese momento varios estudiantes y trabajadores de salud sabían lo que venía, había que asistir a las personas heridas.
Tal como Henry Dunant en la Batalla de Solferino muchísimas personas de Chile se impactaron de lo que se estaba viviendo y decidieron salir al día siguiente, comenzaron a asistir a los que lo necesitaban, con sus uniformes clínicos y cruces rojas eran diferenciados de todos los demás.
“La gente empezó a llegar arrancando de Fuerzas Especiales y me tocó salir muchas veces a ayudar a gente con perdigones y quemaduras por lacrimógena, por lo que decidí junto a mi pareja salir todos los días a la puerta de la casa para ayudar con los pocos insumos que tenía. Cuando ya se me acabaron decidimos ir a la asamblea del barrio y pedir apoyo, ahí se empezaron a unir vecinos y ya después se incluyeron más y más personas”, cuenta Javiera González, Técnico en Enfermería y brigadista en el Barrio Bellavista.
“El 19 de octubre fue el día en que estalló todo acá en Concepción, entonces yo salí de un concierto y caché que estaba lleno de cosas que mostraban que se venía, así como barricadas y gente protestando. Entonces, nosotros con un grupo de amigos, que estudiábamos enfermería, empezamos a recorrer las calles y ahí nació la inquietud y nos comunicamos con una persona que estaba tratando de contactar a gente, ahí nos unimos y formamos una brigada”, relata Diego Pereira, estudiante de enfermería y brigadista en Concepción.
Un recuerdo de Solferino, versión Facebook
Corría octubre de 2019 y el Estallido Social cada vez se hacía más presente en las redes sociales. Todos los días aparecían fotos o videos de heridos, noticias, denuncias y testimonios de todo tipo, la inmediatez de internet permitía que una publicación llegará a todas las regiones del país en solo un par de horas.
Gran parte de los brigadistas compartían sus experiencias y pedían ayuda a través de redes sociales para que las personas que quisieran se unieran a la causa. Entonces, tal como lo hizo Henry Dunant con su libro Un recuerdo de Solferino los brigadistas escribían su historia a través de Twitter, Facebook o Instagram, ese era el libro del siglo XXI.
“Una vez me llamaron porque un chico tenía un desgarro, había sido víctima de tortura y tenía desgarrada la nariz, la boca y un montón de contunciones. Entonces ahí fuimos con una compañera a hacerle curaciones. Ese fue el caso más emblemático porque a mí personalmente me afectó caleta, lo que llevó a que hiciera una publicación en Facebook que se hizo viral y me llamaron del Mega, donde pude contar mi experiencia. Después de eso me llegaron muchísimas donaciones y encontré a gente también acá en Maipú para hacer el punto de salud”, cuenta Ignacio Marchant, egresado de Odontología y brigadista en la FECH y Plaza Maipú
La Cruz Roja del Estallido
Tal como sucedió hace años atrás, en la reunión de Ginebra, en todo Chile, distintas regiones y personalidades quisieron unirse a la causa de los brigadistas que iban a sanar personas. Muchos de ellos no tenían conocimiento en salud, pero de todas formas quisieron aprender con capacitaciones que impartían estudiantes y trabajadores que se desempeñaban en el área para así unirse a algún punto de salud.
“Al punto de salud llegó de todo, arquitectos, fotógrafos, adultos mayores, dueñas de casa, imaginate yo que soy actriz. Nadie sabía de salud, pero todos con las ganas nos capacitamos y aprendimos”, cuenta María Isabel Narbona, brigadista en el Barrio Bellavista.
Cuando las personas no podían estar presencialmente, colaboraban con donaciones como gasas, guantes, cinta, suero, remedios, alcohol, entre otras cosas, o a veces, también lo hacían depositando plata para que los mismos brigadistas compraran lo que necesitaran.
“A mí me impresionaba la cantidad de cosas que donaba la gente o la cantidad de plata que te depositaban. Había gente que me transfería $150.000 como si nada”, cuenta Ignacio Marchant.
Todos estos insumos eran utilizados día a día en las protestas, cada brigada se organizaba de manera distinta y tenía sus propias rutinas. Unas se dividían en dos grupos, los que iban a buscar a personas heridas en las marchas y los que se quedaban atendiendo en el lugar específico. Otras estaban rondando la marcha constantemente para hacer las curaciones ahí mismo. Pero en ambos casos se utilizaban todas las donaciones y cuando ya no contaban con los implementos necesarios los trasladaban a centros de salud capacitados.
Lo que no se supo
No se comentó en el libro de Dunant de qué manera les afectaba emocionalmente a las personas que eran parte de la Cruz Roja, el lidiar constantemente con pacientes heridos, pero aquí en Chile los brigadistas sí quisieron contar su experiencia.
“Cuando estás haciendo las cosas como que te metes en modo superhéroe, te preocupas de hacer un buen trabajo y nada importa más que eso. Pero cuando llegas a tu casa y te das cuenta de las situaciones que acabas de vivir las cosas cambian. Ponte tu estar con los milicos en la calle, ir a la casa de un cabro que te está diciendo que fue torturado en la comisaría, que le metieron los dedos con gas pimienta en la nariz y se la quebraron, logras terminar de asistirlo y dimensionas lo que acaba de pasar y se te acaba el modo superhéroe y no hay como aguantarlo. Yo varias veces llegué a llorar a mi casa”, relató Ignacio Marchant.
“Muchas veces llegaba a mi casa y terminaba llorando debido a la cantidad de violencia, me afectaba mucho, además que la cantidad de heridos eran demasiados”, narra Teresa Carrasco, una de las brigadistas de San Antonio.
“En el momento como que solo me mentalizaba en ayudar, en la persona que necesitaba la ayuda, pero cuando llegaba a mi casa me afligía, de hecho me las lloré todas, incluso con crisis de pánico”, cuenta Diego Pereira.
La mayoría de los entrevistados por Fast Check CL coinciden en que la situación los afectó emocionalmente, sin embargo, explican que eso hace que más quieran unirse a la causa, el saber que pueden ayudar e incluso salvar vidas en algunos casos supera lo demás. Por eso dejan listo su botiquín y se preparan para la siguiente jornada, tal como lo hace la Cruz Roja.
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