Fast Check CL recorrió el sector de Plaza Italia, epicentro de las manifestaciones en la región Metropolitana, que desde octubre de 2019 ha concentrado las movilizaciones sociales. Tres vecinas del sector cuentan como han afrontado dos hechos históricos: la revuelta social y la pandemia del Covid-19.
Por Nicolás Villarroel Heufemann
Día martes 13 de octubre al mediodía y el ambiente en el sector de Baquedano -también conocido como Plaza Dignidad– no ha cambiado mucho a como era hace un año atrás. Un sol imponente, gente caminando apurada, poca área verde, olor a lacrimógena y personal de carabineros. ¿La diferencia? Las mascarillas obligatorias para prevenir el coronavirus.
Producto del estallido social y la posterior pandemia, muchos trabajadores de empresas medianas y pequeñas han tenido que sobrellevar los problemas económicos que ha traído estas situaciones.
Sumada a la brusca caída en las ventas comerciales de cada negocio, el hecho de estar en la “zona cero”, expuestos constantemente al olor a lacrimógena, perdigones y piedrazos, obliga a los locatarios a tener que resguardarse.
Es más, tras dar una vuelta a la manzana por el lugar, específicamente en las calles de Vicuña Mackenna, Pío Nono y la Alameda; se observa como la mayoría de los locales están cerrados y los pocos abiertos son restaurantes o bares que funcionan con el protocolo de reglas sanitarias correspondientes.
A un año exacto de que se conmemore el primer aniversario del estallido social en el país, Fast Check CL decidió recorrer el lugar de la “zona cero” y recopilar las historias de tres mujeres que no se conocen entre sí, pero comparten la misma área urbana con distintas realidades.
La “Tía Marcela”: La dueña del kiosco más resistente de Plaza Dignidad
“Llevo 15 años en este kiosco, pero el estallido social no me hizo ningún afecto, quizás solo al principio”, relata Marcela Padilla, vendedora en un kiosco a pocos metros de Plaza Italia.
Según relata Padilla, la misma gente que asistía a las marchas sabía de ella y que incluso recomendaban “ir a comprar donde La Tía”, ya que ella a pesar del fuerte olor de las bombas lacrimógenas y el humo de las barricadas, siempre se mantuvo estoica en su puesto de trabajo.
Lamentablemente para ella llegó otra “bomba” mucho peor que las anteriormente mencionadas. Una bomba invisible, intangible: el coronavirus.
Siendo el quiosco su única fuente económica, más un pequeño hijo de cinco años que mantener, el virus la hizo pasar momentos complicados. Pero según cuenta, fue la primera línea quien le permitió vivir, ya que hicieron campañas en redes sociales para apoyar monetariamente a la vendedora. “Gracias a ellos sobreviví estos seis meses”, dice.
“Ellos lucharon para que yo viviera bien la cuarentena. Hicieron una lucatón y me depositaron plata en la Cuenta Rut, incluso un día que me robaron en el quiosco me llenaron el puesto con dulces. Hasta Carabineros no me hace nada, porque me hice muy querida con la gente”, detalla.
Actualmente, el enfoque de “La Tía Marcela” es conseguir la patente del quisco, ya que ella lo arrienda. “Hasta el alcalde (Felipe Alessandri) y el equipo que ve las patentes comerciales me vinieron a ver, me dijeron que debo conseguir la patente y que ellos me iban a ayudar”, indica.
Por ahora, la rutina de Marcela es estar prácticamente todo el día trabajando. Hasta las nueve de la noche, un poco antes del toque de queda, es cuando ella cierra su lugar de trabajo de hace 15 años.
“Lo que más vendo son aguas y pañuelos, a veces cuando los cabros no tienen que comer les regalo la comida, ya que ellos son buenos conmigo y uno también tiene que serlo con ellos”, cierra “La Tía”.
De hecho, tras volver de noche al sector donde Marcela Padilla se ubica, Fast Check CL pudo constatar como “La Tía” se mantenía estoica en su puesto de trabajo, incluso cuando a unos pocos metros se instalaba unos muchachos y una barricada, esperando que el guanaco estacionado a unas cuadras se acercara a dispersarlos.
Pollos asados a la espera: El drama del local de comida frita en plena Alameda
Sí bien es cierto que uno de los locales de comida más insignes del barrio es la Fuente Alemana, ubicada en plena Alameda con varios restaurantes a nivel nacional, poco se habla en los medios de comunicación sobre su “hermano”, el restaurante que está al lado: el Pollísimo.
Esta fuente de soda, que como su nombre dice se enfoca en vender pollos asados y comida frita al paso, le ha costado volver a levantarse tras el 18 de Octubre y la posterior pandemia.
Fast Check CL conversó con la dueña del local, Paola Zarate, quien relata como ha sido la dura experiencia en el último año, donde ha visto la reducción del personal, la drástica baja en las ventas y el constante miedo a que saqueen el lugar.
Ella es la hija del dueño del local y llevan más de 25 años trabajando en Plaza Italia. “Tanto el estallido social, como la pandemia, han sido muy complicados. Básicamente estamos en banca rota”, dice.
“Lo que digo yo es que una cosas son las marchas, una cosa son las protestas y otra cosa es la delincuencia. Lamentablemente, estas cosas se arrastran. Uno puede estar de acuerdo con todo lo que se ha dicho, con todo lo que se ha hecho, pero otra cosa es la delincuencia”, afirma.
Cada vez que hay manifestaciones, tanto ella como los trabajadores del local tienen que cerrar de forma anticipada, debido a los resguardos frente a los posibles desmanes que ocurren en el exterior.
“Nos quedamos acá cuidando el local, hasta que termine todo. Ahora con el toque de queda nos quedamos como hasta las nueve de la noche, pero antiguamente nos quedábamos hasta las 2 o 3 de la mañana. De hecho, para Año Nuevo nos amanecimos acá…yo dejé botada a mi hija y mi familia por estar acá”, relata la dueña del local de pollos.
Por ahora, todo es incertidumbre para Paola Zapata y el local de pollos asados. Tanto la reactivación de las protestas como de la pandemia tienen en vilo al local que volvió a abrir sus puertas hace un mes.
Con solo unas cuatro mesas para que los clientes se sienten a comer, no es mucho lo que pueden vender presencial, pero los pedidos de delivery son el principal fuerte por ahora. “Sí calculamos, ahora vendemos un 5% de lo que vendíamos antes de octubre del año pasado. Todo es incertidumbre”, comenta Paola Zapata.
Toy story: La juguetería abandonada de Baquedano
Tras avanzar por la Avenida Vicuña Mackenna, un poco antes de llegar a la altura de la calle Rancagua, Fast Check CL encontró abierto uno de los pocos locales no dedicados a la comida: la juguetería (y también hostal) “Ximenita”.
Conversamos con la jefa y dueña de la tienda, Ercilia Lemus, de 60 años y quien trabaja hace 39 años en la juguetería, la cual se fundó en 1966. Junto con su pareja han trabajado de forma ininterrumpida, incluso sin vacaciones por muchos años.
Al entrar al lugar, hay una atmósfera que transporta de inmediato a los años 80, debido al toque de antigüedad que hay en la tienda. El suelo de madera, los juguetes antiguos (especialmente dedicado para ser didácticos en el colegio) y el silencio del local, llevan al que entra al sitio a un destino completamente diferente en el exterior, en la Plaza Dignidad.
“En cuanto al estallido social cerramos, porque logicamente no podíamos tener abierto. Perdimos octubre, noviembre y diciembre, que son muy buenos meses de venta para la juguetería. Después con la pandemia fue terrible porque los jardines infantiles, Fundación Integra y el Mineduc no invertían en juguetes”, afirma Ercilia Lemus.
Cuando se concretó la pandemia, Ercilia y su pareja tampoco pudieron recibir clientes en la residencial, debido a las condiciones sanitarias. Para sobrevivir, lo hicieron con la pensión de la pareja que es de $160.000, además de una pensión que dejo el padre de Ercilia a su hija.
“Hemos tenido cero apoyo. Por suerte pudimos terminar de pagar la casa hace un par de años, pero ahora estamos intentando hacer un acuerdo con la Tesorería General de la República”, dice respecto a la poca ayuda que ha recibido su empresa.
“Nosotros nos habíamos proyectado formar una juguetería como un bien para la comunidad, ya que somos de las pocas que se enfoca en el material didáctico. La empresa que fabrica los juguetes tuvo que cerrar, debido a problemas económicos. Además, mi pareja no ha estado bien de salud, pero quiero dejar la juguetería para que él este feliz”, señala Lemus respecto al futuro de la tienda de juguetes.
Por ahora, la señora Ercilia prefiere no proyectarse hacia el futuro. “Con esto del estallido y la pandemia nadie sabe lo que puede pasar”, dice. Lo más seguro es que más adelante solamente se quede con la residencial, pero no está muy segura de la juguetería.
“Solo pido que no hagan daño a las casas, porque nos hemos esforzado mucho. Yo soy una eterna agradecida que los lolos no hayan hecho nada aquí, porque afuera era una batalla”, cierra.
Y es que es la incertidumbre lo que ha llevado a los locatarios y trabajadores del barrio a tener que bajar las persianas y cortinas, porque desde octubre de 2019 que no tienen la seguridad para saber si podrán hacer ventas, no sufrir destrozos o recibir bombas lacrimógenas e incluso, contagiarse de coronavirus.
Quizás, estas tres mujeres no se conozcan nunca, a pesar de estar establecidas en un área cercana. Pero lo que no saben es que tienen mucho más en común de lo que creen. Todas luchan por sacar a su familia adelante por un futuro mejor, sin importar que afuera de sus puestos de trabajo muchas veces se haya vivido algo similar a una guerra o que frente a sus ojos haya un virus que va recorriendo el mundo entero.
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